Los conductores de coche saben muy bien cuándo toca cambiar de marcha. Se conocen tan bien su coche que, mientras lo conducen, sienten como si el motor les «hablase» pidiendo un cambio de marcha a una tercera, cuarta o quinta.
Yo no tengo mascota, y no me deja de sorprender ver cómo los dueños de mascotas se comunican habitualmente con su animal de una manera natural, espontánea, como si de un humano se tratase. Te saben decir si su mascota tiene hambre, si está alegre, perezosa o mosqueada. Es alucinante. Pero si hasta pueden adivinar si el animal se siente arrepentido por alguna travesura que haya hecho. ¿Cómo lo saben si los animales no articulan palabra alguna? Vale, en el caso del Loro a lo mejor sí 🙂
Del mismo modo, deberías conocer a tu cámara a la perfección. Sea de la marca que sea, del modelo que sea, nadie debería saber manejar tu cámara mejor que tú. Nadie debería, desde detrás tuyo, con las manos en los bolsillos y una pinta de sabelotodo, ir diciéndote los ajustes manuales que le deberías aplicar a tu cámara mientras tú te peleas con ella como si se tratase de la primera vez que la tocas. Es tu cámara y deberías conocerla mejor que nadie, mejor que su fabricante si me apuras.
Evidentemente este entendimiento y esta compenetración no se consiguen de la noche a la mañana, no se llega a esto comprando «la mejor cámara de fotos del mundo» y dejándola muerta de aburrimiento en un triste cajón. Conseguir estos niveles de complicidad y de compenetración requiere intimar con tu cámara a menudo, explorarla con paciencia y con suma atención. Deberías «conversar» con ella frecuentemente, escucharla. ¿Que cómo se hace eso?
Usándola en el modo manual.
Ni más ni menos. Ya sé que hay una alta probabilidad de que no sepas manejar el modo manual de tu cámara, pero no pasa nada. Lo imporante es que lo intentes. Utilízala con frecuencia, atrévete a trastear con todas sus funcionalidades, que nada te frene. Poco a poco irás conociéndola y empezarás a tener esa extraordinaria capacidad de «adividar» su comportamiento. Empezarás a conocer cómo tu pequeña reacciona según qué situaciones, y por consiguiente aprenderás a manejarla en función del contexto.
Tengo la sensación de que, en igualdad de condiciones, un niño conocería antes (y mejor) nuestra cámara réflex que nosotros mismos. ¿Has visto la cara de ilusión y de curiosidad que pone un niño al que dejan una cámara de fotos por primera vez? La manosea, la sujeta sin miedo, como si no le tuviera el más mínimo miedo. La descubre, trastea con ella sin miedo, explora todos sus botones y funciones. Lo hace con pasión, con ganas, como si buscara algo, como si necesitara respuestas.
Atrévete a trastear con tu cámara réflex, explórala sin miedo y conócela como la palma de tu mano. Te prometo que el resultado será gratificante 😉